Qué triste se hace convivir en un mundo en el que se ha de tener astucia y conciencia de las personas con las que te relacionas, en el que se ha de andar con tanta precaución como si de minas explosivas se tratase, siempre yendo para acá y para allá con el pie echado con esa desconfianza creada en la que el pensamiento "por si acaso" ronda por la mente de forma constante. Lo mismo nos encontramos felices y satisfechos con alguien que al instante nos vemos enredados en discusiones y reyertas sin sentido. Miremos desde el punto de vista que sea, siempre tendremos alguna opinión de alguien que no esté de acuerdo con lo que hacemos. Incluso si lo que hacemos es en beneficio de todos, sacrificando el nuestro propio.
Es por ello que no se ha de buscar el reconocimiento de nadie, pues la vanagloria de las cosas sólo provoca un orgullo y un engreimiento absurdos que tarde o temprano acabarán doblegándose. Uno ha de hacer lo que deba hacer, lo que crea que es correcto hacer en cada situación, pues de esa forma nunca hallará el error. Todo ser humano ha de amoldarse a los cambios que genera la propia experiencia, a cada momento, sin mostrar demasiado conformismo ante las cosas que le vienen ni pretendiendo llegar a lo más alto con exagerada ambición, pues ambas posturas le harán caer de la cuerda que lo mantiene en el perfecto equilibrio que supone ir por el camino de enmedio.
Texto extraído del libro "Buscabas en lugar equivocado" - Capítulo 34.
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